lunes, 27 de octubre de 2008

Vaqueros


Javier Osorio había visto los pantalones en el escaparate. Le habían gustado. Era fácil. Llegar, pedir los de su talla, pagar y llevárselos. Listo. Ninguna complicación. ¿Por qué no te los pruebas?, le dijo ella, a veces las tallas son distintas de unas marcas a otras. No, seguro que me quedan bien. Pruébatelos a esta hora no hay gente y todos los probadores están vacíos. Los vaqueros le quedaban grandes, además te hacen unos bultos muy feos aquí ¿ves?, le tocó cerca de, cerca de, y le ofreció otros vaqueros, de otro color y más caros. Estás más atractivo con esos, dijo ella, te hacen el trasero más bonito, y le sonrió.

Y él como un bobo había caído de nuevo. Se había gastado diez euros más de lo que pensaba en unos vaqueros que seguramente no se pondría porque le apretaban precisamente el culo. Ir a comprar ropa a las cuatro de la tarde no era buena idea. No era buena idea dejarse convencer por cualquier sonrisa de pechos grandes y ojos claros. Era estúpido. Necesitaba un café.


Puso la bolsa del pantalón en la barra y pidió un manchado.Estaba solo en el bar. Verá, acabo de encender la máquina de café y tendrá que esperar unos minutos, si prefiere una copa se la pongo ahora mismo. A Javier Osorio sólo le faltaba eso. Que no, cojones, gritó, he dicho que quiero un manchado y quiero un manchado, o es que hoy todo el mundo me va a convencer de que compre algo que no quiero. El camarero había dado un paso atrás mientras Javier gritaba, después de un instante para reponerse le dijo, tranquilícese caballero puede usted esperar si quiere... Perdona, le interrumpió Javier, seguramente si fueras una piba con dos buenas peras me hubiera tomado lo que me dijeras sin rechistar. La verdad es que no tienes la culpa. Perdona.


Está bien caballero, no se preocupe, le dijo el camarero, ¿Ha tenido una mala experiencia? le preguntó para facilitar el desahogo del cliente. Y Javier se desahogó, y de paso, mientras iba contando, aprovechaba para insultarse a si mismo por lo memo que era. Empezó a tomarse el manchado. Si es que siempre me pasa igual dijo, como soy tan tímido..., y en ese momento entró ella.

Hola, Juan, ¿qué tal la tarde? le dijo al camarero, hola que hay, le dijo a él con un tono que dejaba ver que aún le recordaba, y se sentó dejando un taburete de separación entre los dos.

Lo notaba. Notaba que se estaba poniendo colorado, sentía el calor en las mejillas, en las orejas, y cómo ese calor subía hasta la coronilla. Seguro que estaba más rojo que los taburetes de la barra y ella lo estaría notando y el camarero se estaría riendo por dentro.

Pues aquí, que me he ganado una bronca por tu culpa, dijo el camarero mientras le ponía el cortado de todos los días. Cómo sabe..., empezó a decir Javier y el camarero le señaló la bolsa con la cabeza. ¿Y por qué? dijo ella.

Este señor dice que le has vendido un pantalon que no le gusta pero que como estás buena no te ha dicho nada porque le intimidas con las dos peras que tienes y la ha pagado conmigo.

Javier no explotó. Pensó que la vergüenza y lo colorado que estaba harían que su cabeza estallase, pero no. Ella, mientras el camarero hablaba le había estado mirando a él. Y él, en vista de que su deseo de ser tragado por la tierra tampoco se había cumplido, pensó que lo mejor era decir algo.

Tiene razón, yo me vuelvo muy tímido con las mujeres que..., dijo mirando al suelo como un niño al que le acaban de reñir.

Ella sonrió y le preguntó, ¿te gusto? le gustas a cualquiera, dijo él, estás muy, muy..., quiero decir que tienes unas..., bueno eso, que sí que me gustas.

¿Y por qué en vez de comprarme unos pantalones no me has invitado a cenar?

Pues yo..., yo..., ¿quieres cenar conmigo esta noche? preguntó él.

Si te pones ese vaquero que te hace el culito respingón sí, respondió ella.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

los timidos sufren.
Y compran. Todo lo que la vida tiene a venta, para que la cosa encerre pronto.
Los timidos desean pronto volver a casa.
Yo sé.

Juanjo Merapalabra dijo...

Es verdad maray, yo tamen sé, cuando era pequeño para mí era un castigo que me mandaran a comprar algo a la tienda del barrio.