jueves, 23 de octubre de 2008

FOTO AMARILLENTA (II)

-¿Edad?- preguntó de repente.
- Diecisiete-, dijo tu padre pensando en tu hermana Rosa.
- No, de más de diez y menos de trece, que tengo que ensañarla a cuidarme y a cuidar a nuestros hijos.

Tu tenías doce y aunque tu padre te pensaba báculo de su vejez, el francés dijo que pagaba tres veces mil el peso si era más de cuarenta y menos de cincueta kilos.

En la puerta del hostal un joven marinero descubría que las prostitutas dicen no cuando dudan de la solvencia del cliente y el francés quedó con tu padre al mediodía, a la hora de cerrar la lonja, para pesarte y contar el dinero.

Aquella mañana te regalaron la posibilidad de hacerte una foto. Por primera vez en tus trece delgados años te dieron dinero. Llamaste corriendo a tu prima en el edificio de enfrente y a tu vecina, os pusisteis el traje del domingo, que por tener muchos domingos y vosotras la edad del estirón os quedaba algo más corto de la moda. Íbais alegres, ilusionadas, sin interés por saber los por qués.

Al entrar en la tienda un viejo marino francés tropezó contigo y tu te perdiste un instante en la nostalgia de mar de sus ojos claros de mirar directo. El tití se te clavó en la memoria y la cara del marino en la imagnación. Una imaginación que no sabía por qué aquél hombre estaba allí, pero que pudo especular muchas historias. Entre ellas, la de que había ido a la tienda del fotógrafo para hacerse su última foto de soltero porque esa misma mañana compraría esposa. Una esposa joven de la que no sabía sino la edad y el peso aproximado. Pero él no era hombre exigente, simplemente le bastaba con que aguantara su peso en la cama y soportara sus eternos silencios de humo de tabaco. Con eso sería feliz.

El sillón de mimbre fue para tí que para eso pagabas. El fotógrafo te dió un resguardo para el día siguiente y al volver a casa emocionada por el retrato tu madre agarró un pequeña maleta de cartón donde podían caber todas tus cosas, pero cuyo significado no entendiste.

Era raro que tus padres te sacaran de paseo, por eso no te sorprendió la maleta que iba con vosotros, ni los besos de tus cinco hermanos mayores y de los tres pequeños que veían tantos besos que también se apuntaron. Te imaginabas que te empezaban a considerar mayor, la prueba era el dinero, la foto, la salida sóla con ellos dos, delante de los ocho hermanos. A partir de hoy, pensaste, ya no me dirán por la calle "niña, ven pa cá un momentito", sino "muchacha, tu me puede hasé un favó".

En la lonja había muchos charcos formados por la nieve derretida sobre el pescado, un olor muy fuerte a pescado crudo que tu llamabas "oló a sardina" y cientos de gaviotas esperando poder agarrar las basuras. Algunos marineros se llevaban a casa el pescado que no se había vendido o lo repartían con algún amigo, otros hombres empezaban a baldear el suelo con cubos de agua y cepillos de cerda dura.

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