sábado, 11 de octubre de 2008

Encuentros

imagen de la red


Él se dedicaba a contar los segundos que tardan en caer las hojas de otoño. Ella a soplar insistentemente esculturas de barro para insuflarles más vida de la que ya tenían. En algún momento sus sombras se fundieron pero ellos no parecían darse cuenta de que el sol los miraba con un mismo ojo.

Cada vez que él lo intentaba perdía la cuenta porque las cuatro letras del amor se le cruzaban por la mente. Los árboles se quedaban pelados esperando el invierno y las cuentas sin hacer.

Ella tenía dolor de cabeza porque llevaba todo el día soplando a un pensador de barro que había en el escaparate de una tienda. La dependienta miraba con mala cara y cuando cogió el teléfono se fue al parque donde él perdía las cuentas y se sentó en su mismo banco. Cada uno miraba a un lado pero el sol los miraba con un solo ojo y sus sombras se fundieron.

Me gustaría ser más inteligente para contar más allá del amor, dijo él absorto en sus pensamientos. Me gustaría ser como los dioses para ir más allá de la vida, pensaba ella en voz alta. Sus sombras empezaron a jadear de tan juntas que estaban y de la tierra que ocupaban empezó a salir olor a yerbabuena.

El tiempo entonces suspendió sus labores para ir a secarse el sudor y sus arrugas paralizaron el avance atroz hacia la muerte. Fue en ese instante en que el tiempo no estaba presente cuando sus miradas se cruzaron por casualidad y se vieron obligados a mirarse eternamente mientras el tiempo lamía el curso de los ríos. Para cuando volvió a empujar la noria del mundo ya estaban enamorados, ya sus sombras vivían juntas, ya sus ojos habían entrado en los del otro y habían descubierto un lecho de hojas que soplar y una brisa marina que casi (sólo casi) daba la vida.

Se besaron. Se acostaron juntos y se convirtieron en el placer cotidiano el uno del otro. Él le contaba los lunares de la espalda y las pecas y ella le soplaba en el cogote después de hacer el amor.

No hay comentarios: