miércoles, 21 de diciembre de 2011

HACIA EL OCASO


Ayer al salir del super y ver por encima del pueblo la puesta de sol, me di cuenta de que sigo dando tumbos. A veces es agradable, a veces es solitario, y a veces es muy desagradable. Esa idea del nómada, del ambulante, que siempre está presto a levantar su tienda y pasar la siguiente temporada algo más allá. Esa escena de película en la que se ve cómo uno de los protagonistas abandona el pueblo de paso de su última aventura y se marcha para no volver. Ese dirigirse hacia el ocaso. ¡Qué bonito! Así escritro en palabras o puesto en imágenes o imaginaciones. Pero cuando es real ya no es tan divertido, ni tan romántico, ni llena tanto, ni nada de eso. Es, fundamentalmente real. Algo que es así. Pues sí, quizás sea divertido durante nueve meses, o un infierno los tres meses siguientes, o aquel pueblo me recuerda la función más tierna de mi vida, o el curso en que los alumnos me regalaron una placa, o..., recuerdos que se acumulan en rincones de espacios reales. Y tal vez, andando el tiempo cuando la maleta se esté cerrando otra otra vez, y los muebles vayan por delante, o se abandonen muebles que ya usaron otros y que otros diferentes de mi usaran de nuevo, tal vez, digo, piense que fue tan bello como sólo las cosas bellas pueden ser.

Pero claro, no sé si después de haber estado mil años viviendo en el mismo sitio, sin salir sino para dar una vuelta, estaría diciendo que fue tan bello como sólo las cosas bellas pueden ser.