viernes, 24 de abril de 2009

Otra vez alrededor de la muerte


No era como los demás niños de la residencia tutelar de menores. Todos eran distintos sí, pero Ambrosio no tenía nada de delincuente. Además no se drogaba, y dejaba que los demás adolescentes se metieran con él, con una sonrisa bobalicona, o con un comentario que no admitía discusiones ni peleas. Su acento rural, y la creciente presión de los demás, que tarde o temprano provocarían en él una explosión de ira hizo que el psicólogo recién llegado le preguntara delante de los demás niños por qué estaba allí. Desde entonces, los demás dejaron de tratarlo como a uno más y el mismo terapeuta tuvo que recomendar el traslado del chaval a otro tutelar, reconociendo que él mismo no sabía cómo enfrentarse a su mirada ni a sus palabras.

Con toda la naturalidad del mundo, como quien contesta a una pregunta del maestro o de un adulto Ambrosio dijo estoy aquí porque le pegué dos tiros a mi padre en el pecho con su escopeta de cacería. Los demás quedaron en silencio, supieron que era verdad. Después de la espesa pausa, dijo mi padre me había estado enseñando a tirar con la escopeta para llevarme el domingo al campo a cazar conejos que se abría la veda. Esa tarde cuando llegué del colegio le estaba pegando otra vez a mi madre, creía que la iba a matar así que cogí la escopeta, le grité y cuando se volvió le di un tiro. Para que mi madre no se preocupara por si revivía le pegué otro cuando estaba en el suelo. A partir de aquel día los demás niños lo trataban con respeto, era alguien que había matado. Y el psicólogo, ya no pudo dormir tranquilo, no dejaba de preguntarse todas las noches por qué aquel niño de once años fue capaz de matar a su padre y por qué él, que también tenía escopeta en su casa dejó que el suyo matara a su madre.

lunes, 13 de abril de 2009

Alrededor de la muerte


Cuando dijo lo de morir de pie no pensaba que iban a tardar tanto en matarlo. Tenía los pies hinchados y aún no había aparecido nadie para matarlo. Podía haber dicho que prefería seguir sentado mientras decidían cómo lo mataban. Pero como lo único que sabían era que iba a morir de pie ahí estaba, de pie, esperando. Y para colmo mandaron un mensaje a los superiores y ese día no llegó respuesta. Lo dejaron de pie por si llegaba la orden de matarlo de inmediato. Cuando el verdugo por fin llegó al amanecer y le puso la pistola en la nuca, no sentía los pies y tenía tanto sueño que parecía borracho. Vaya manera más indigna de morir la suya. Y todo por una frase que había leído en un cartel.