miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuento de navidad o la cerillera


Joder con las ranas y la hierba, se han comido toda la maría y ahora tienen un ciego espectacroar. Encima están croando baladas con los mecheros, mirandose de reojo y hartándose de reir cuando sus miradas se cruzan sin razón aparente. Ahora tendré que colgar los adornos de navidad en la mata pelada, que parece que esto lo ha adornado Tim Burton. Aunque pensándolo bien hasta queda moderno y todo. Y digo yo que si pillo a las ranas, les cocino las ancas y se las sirvo a los Reyes con polvo de arroz para cenar, se pondrán más mágicos que nunca y lo mismo hasta dejan de ser vegetalianos. Yo que sé, prefiero encender la chimenea, agarrar la pipa y pensar que nada ha pasado y que mañana los estanques estarán con su rana en cada nenúfar y que los enanos no estarán mosqueados por haberme comido sus setas.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Ya llegan las historias

Recuerdo cuando cada minuto y cada encuentro escondían una historia...
Cuando cada recuerdo...

miércoles, 25 de agosto de 2010

Vuelta a los fogones

Imagen de la red

Hace dos o tres años dije que no iba a realizar una serie de funciones para todos los públicos en la playa porque quería probar a contar las historias de otra manera. Quería probar con objetos e instrumentos nuevos de percusión para incluirlos en el espectáculo. Pero me ofrecieron hacer después del verano otras funciones en las plazas y ya dije que sí, sin estar todavía del todo claro lo que yo estaba cociendo. Una parte de esas funciones fue como antes, y otra fue de exploración.

Hace unos años decidí que no iba a hacer sólo humor en los bares y pubs que contaba. Al menos que no iba a dedicarme sólo a hacer reir, porque yo cuento historias para contar cosas, y en un plano, digamos, más etéreo porque quiero tener la experiencia sensorial de conexión con el público a partir de las cosas que me mueven por dentro. (esto ha quedado un poco flower power). El resultado es que he ido dejando de contar en bares porque vende más el chiste, el monologuista estilo paramount y el narrador humorista. Y además, no tengo un espectáculo nuevo específico para bares, ni para niños, ni para todos los públicos, ni para la calle.

Ha habido unos años, varios o muchos quizás, en los que he sido arrastrado por las actuaciones. Me encanta contar cuentos, por eso lo hago, pero es verdad que antes de que se pusieran de moda, uno podía entrar en la cocina, pensar qué quería hacer, hacerlo, y venderlo después. Espectáculos infantiles y de adultos o para la calle podían ser pensados, ya fueran por encargo, por encuentro fortuito o sudados a partir de una idea abstracta, tenían un tiempo y un espacio. Después me llamaban para contar con otros narradores, o sólo, o para contar en un bar cuyo público no había visto nunca contar cuentos.

Y después se pusieron de moda los monologuistas y se creó gran confusión: narradores anunciados como monologuistas, monologuistas que iban a los espacios de los narradores, narradores que se presentaban a concursos de monólogos, narradores que eran narradores y se pasaron a monologuistas y viceversa, gente que hace un híbrido entre historia y monólogo, narradores que cuentan sus paranoias en forma de historia, cuentaautores, actores cuentacuentos y un montón de variantes dispuestas a cobrar lo mismo o menos de lo que yo cobro.

Esto para mí ahora significa menos funciones arrastradas. Quizás también menos funciones contratadas de las cocinadas. Pero no es malo desde cierto punto de vista. Esta confusión permite mezclar y el mestizaje no tiene por qué ser malo, y al final siempre se aclaran las cosas, aunque a veces tarde.

Además llega la crisis y los organismos oficiales pagan tarde (si pagan) y prescinden de muchas actividades culturales, encima pagan menos por lo mismo. El resultado es que también hago menos funciones infantiles arrastradas, ya no me llaman para rellenar huecos o crear un microespacio barato dentro de un evento mayor.

Encima vuelvo al teatro, esta vez en forma de Match de improvisación, y a leer sobre cuentos, teatro, narración... Y más aún, a mis cuarenta y dos creo que tengo la crisis de los treinta, o algo así.

Lo cierto es que todo empieza a desencajarse para reestructurarse de nuevo. Ya no quiero contar del mismo modo, no quiero hacer espectáculos arrastrados, no quiero contar los mismos cuentos, o al menos no desde este punto de vista. El espacio de los cuentos tal y como lo conozco empieza a resultarme inservible, me planteo explorar otras formas y otros contenidos, otros públicos, quizás hablarle a otra zona de la imaginación del mismo público, que la palabra, el gesto y la mirada caigan en otros pozos del alma y provoquen ecos distintos (esto no será mío casi seguro), otra manera de encontrarme con los demás desde el espacio escénico. Un paso más en definitiva.

Al no estar arrastrado por las funciones, ni por la necesidad de realizarlas, de buscarlas, de congraciarme, tengo tiempo. Tiempo para pensar, para que las ideas y las formas me encuentren, para trabajar con los objetos y los instrumentos, para deshechar desde la cocina, para dejar que se asienten cosas en el mar de las abstraciones y que el viento arrastre las ideas peregrinas que pesan poco. Tiempo para encontrarme y reencontrarme con las historias, para habitarlas desde la palabra, para saber si es esa la historia que quiero contar. Tiempo para que la necesidad de contar se ponga nerviosa y engorde un poco. Para dar la espalda o encontrarme de cara, para recordar lo olvidado, para aprender, olvidar, asumir, renovar... Tiempo, eso es lo que tengo.

Tiempo, eso es lo que pido.

miércoles, 11 de agosto de 2010

El método

¿Los narradores tenemos método? ¿Existe "EL METODO", así con mayúsculas?

Bueno, que duda cabe que unos por unas vías y otros por otras, todos tenemos un método más o menos consciente. Los que alguna vez nos hemos dedicado a enseñar a contar hemos tenido que enfrentarnos a las posibilidades de comunicar nuestro "método" y a reseñar de una forma lo menos crítica posible el método de los demás.

Recuerdo que un narrador y amigo de charlas y copas me dijo una vez que su método era hablarle a una grabadora durante al menos dos horas diarias, y que de ahí era de donde sacaba prácticamente todo lo que hacía. Intenté probarlo, y lo que para él funciona perfectamente (no hay más que ver sus espectáculos) para mí que soy un indisciplinado no significó más que un "esto tiene posibilidades y tengo que seguir haciendolo pero bien, cuando tenga tiempo".

Cuando el grupo Shamán funcionaba a pleno rendimiento ensayábamos dos tardes a la semana. Una era de crítica de repertorio y creación de espectáculos y otra era de taller. Cada miembro del grupo preparaba ejercicios para los demás, para hacerlos mejorar, todo ello nos llevó a decir en alguna ocasión que si el nivel de un narrador del grupo era malo, la culpa no era sino de los que no supieron corregirle. Aunque creo que nuestro método más efectivo por aquella época se basaba en las charlas interminables sobre el espectáculo, los cuentos, la forma de contar, etc, que nos pegábamos, de esas reflexiones a tres bandas salió el narrador que soy en gran parte.

Cuando tengo oportunidad hago talleres que tienen que ver con la escena, con la actuación, la formación del actor, la construcción de espectáculos. Todo ello me lleva a reflexionar y a intentar incorporar lo aprendido a mi trabajo.

Ahora estoy leyendo a Grotowsky y releyendo a Peter Brook, y hay una cosa que me llama la atención en los dos: son cosas que sirven en su grupo, en su reflexión colectiva, cosas aplicables para ellos, y no se sabe si para los demás.

En mi grupo de Match de improvisación teatral veo que han salido algunas de las cosas que dicen tanto uno como otro, y sólo después de hacerlas vemos que hay quien ha reflexionado ya sobre ello. Pero sí tenemos claro, que la actuación no es reflexión, ésta es antes o después pero no durante.

Hay algo que me parece claro, el narrador solitario no trabaja igual que el narrador que está integrado en un grupo o un colectivo. Cada colectivo o grupo, ya sea de narración, teatro, pintura, integración de artes..., tiene su propio método de trabajo y de presentación.

Pero el narrador solitario tiene que dividir el trabajo.

Debe afinarse corporal y vocalmente tomando conciencia de su cuerpo en relación al espacio, al público, a sus posibilidades expresivas, y del mismo modo de su voz intentando darle toda la riqueza de que sea capaz, o al menos tomar conciencia de cuáles son las posibilidades que puede usar.

Debe afinarse verbalmente, en todas las expresiones ya sean vulgares o cultas, poéticas o cotidianas. Un buen narrador parece que habla de forma espontánea o cotidiana, pero muy pocas de sus palabras se pueden tirar a la basura porque es una forma entrenada, que sabe lo que está diciendo en cada momento, cómo lo está diciendo y que palabras está empleando. Esto no significa que siempre sean las mismas para ese momento del espectáculo o del cuento, sino que sabe cuáles son. Cuanto más consciente del verbo es el narrador en su discurso, más mágico parece a los ojos del público y más ayuda a disparar la imaginación.

Otra afinación es la del contador. Como contador uno debe saber estar dentro de la historia, saber por dónde va, hacia dónde camina, que estilo la sostiene, qué tipo de historia tiene entre sus palabras y qué tipo de historia puede el público imaginar. Tanto para recibir como para producir o recrear una historia, cuanto más afinado esté nuestro contador de historias (o nosotros en tanto en cuanto a narradores que somos) mejores posibilidades podremos ofrecer. Esto en cuanto a entrenamiento personal y general, como profesional que trabaja todos los días se presente o no ante el público.

Pero el narrador solitario también tiene que hacer todo lo que concierne a su repertorio y al espectáculo. Las labores de director y productor de un espectáculo de narración oral que hacen que tenga que reflexionar sobre espacios, encuentros, luces, filosofías, políticas, visión del mundo, y todo aquello que un narrador, como artista que es, desea mostrar como verdad ante su público, sea infantil o adulto. En esto el narrador también desarrolla un método, para la creación del espectáculo.

El método de creación de espectáculo, o de confección de un repertorio, va de lo inconsciente a lo conciente, del deseo, a la realidad y al deseo. Y a veces, como nos gusta decir a todos (casi todos), las historias y los espectáculos nos encuentran.

Pero tanto si cuidamos hasta el último detalle en sus por qué, en sus intenciones, como si dejamos al azar, al inconsciente o al vamonos que nos vamos las tareas a realizar en el apartado de confección de repertorio y creación de espectáculos, habrá unos pasos que tendremos que caminar con más o menos dificultad, con más o menos conciencia, de forma más o menos lúdica. La forma en que damos esos pasos constituyen el método. En individual, el de uno, el método salido del laboratorio, del taller, del horno, de la experiencia y de la (in)conciencia de cada uno.