miércoles, 25 de agosto de 2010

Vuelta a los fogones

Imagen de la red

Hace dos o tres años dije que no iba a realizar una serie de funciones para todos los públicos en la playa porque quería probar a contar las historias de otra manera. Quería probar con objetos e instrumentos nuevos de percusión para incluirlos en el espectáculo. Pero me ofrecieron hacer después del verano otras funciones en las plazas y ya dije que sí, sin estar todavía del todo claro lo que yo estaba cociendo. Una parte de esas funciones fue como antes, y otra fue de exploración.

Hace unos años decidí que no iba a hacer sólo humor en los bares y pubs que contaba. Al menos que no iba a dedicarme sólo a hacer reir, porque yo cuento historias para contar cosas, y en un plano, digamos, más etéreo porque quiero tener la experiencia sensorial de conexión con el público a partir de las cosas que me mueven por dentro. (esto ha quedado un poco flower power). El resultado es que he ido dejando de contar en bares porque vende más el chiste, el monologuista estilo paramount y el narrador humorista. Y además, no tengo un espectáculo nuevo específico para bares, ni para niños, ni para todos los públicos, ni para la calle.

Ha habido unos años, varios o muchos quizás, en los que he sido arrastrado por las actuaciones. Me encanta contar cuentos, por eso lo hago, pero es verdad que antes de que se pusieran de moda, uno podía entrar en la cocina, pensar qué quería hacer, hacerlo, y venderlo después. Espectáculos infantiles y de adultos o para la calle podían ser pensados, ya fueran por encargo, por encuentro fortuito o sudados a partir de una idea abstracta, tenían un tiempo y un espacio. Después me llamaban para contar con otros narradores, o sólo, o para contar en un bar cuyo público no había visto nunca contar cuentos.

Y después se pusieron de moda los monologuistas y se creó gran confusión: narradores anunciados como monologuistas, monologuistas que iban a los espacios de los narradores, narradores que se presentaban a concursos de monólogos, narradores que eran narradores y se pasaron a monologuistas y viceversa, gente que hace un híbrido entre historia y monólogo, narradores que cuentan sus paranoias en forma de historia, cuentaautores, actores cuentacuentos y un montón de variantes dispuestas a cobrar lo mismo o menos de lo que yo cobro.

Esto para mí ahora significa menos funciones arrastradas. Quizás también menos funciones contratadas de las cocinadas. Pero no es malo desde cierto punto de vista. Esta confusión permite mezclar y el mestizaje no tiene por qué ser malo, y al final siempre se aclaran las cosas, aunque a veces tarde.

Además llega la crisis y los organismos oficiales pagan tarde (si pagan) y prescinden de muchas actividades culturales, encima pagan menos por lo mismo. El resultado es que también hago menos funciones infantiles arrastradas, ya no me llaman para rellenar huecos o crear un microespacio barato dentro de un evento mayor.

Encima vuelvo al teatro, esta vez en forma de Match de improvisación, y a leer sobre cuentos, teatro, narración... Y más aún, a mis cuarenta y dos creo que tengo la crisis de los treinta, o algo así.

Lo cierto es que todo empieza a desencajarse para reestructurarse de nuevo. Ya no quiero contar del mismo modo, no quiero hacer espectáculos arrastrados, no quiero contar los mismos cuentos, o al menos no desde este punto de vista. El espacio de los cuentos tal y como lo conozco empieza a resultarme inservible, me planteo explorar otras formas y otros contenidos, otros públicos, quizás hablarle a otra zona de la imaginación del mismo público, que la palabra, el gesto y la mirada caigan en otros pozos del alma y provoquen ecos distintos (esto no será mío casi seguro), otra manera de encontrarme con los demás desde el espacio escénico. Un paso más en definitiva.

Al no estar arrastrado por las funciones, ni por la necesidad de realizarlas, de buscarlas, de congraciarme, tengo tiempo. Tiempo para pensar, para que las ideas y las formas me encuentren, para trabajar con los objetos y los instrumentos, para deshechar desde la cocina, para dejar que se asienten cosas en el mar de las abstraciones y que el viento arrastre las ideas peregrinas que pesan poco. Tiempo para encontrarme y reencontrarme con las historias, para habitarlas desde la palabra, para saber si es esa la historia que quiero contar. Tiempo para que la necesidad de contar se ponga nerviosa y engorde un poco. Para dar la espalda o encontrarme de cara, para recordar lo olvidado, para aprender, olvidar, asumir, renovar... Tiempo, eso es lo que tengo.

Tiempo, eso es lo que pido.

3 comentarios:

Microalgo dijo...

Pues avise cuando se disponga a hacer algo, que a veces nos enteramos a toro pasado y nos da rabia.

Y tranquilo, que no tenemos prisa.

maray dijo...

si es tiempo lo que pedis, es tiempo que te daré! Tiempo es, al mismo tiempo ( !!) la cosa más cara y la mas en cuenta que podemos ofertar a alguien...

Enrique Páez dijo...

Ya han pasado dos meses y medio, pero lo que cuentas tiene todo el sentido. Me he sentido identificado, y no como narrador, sino como autor. Llevo meses de escritura (¿o serán años?) buscando una nueva voz que me represente. Al principio intenté recuperar la que pensé que había perdido, luego en encontrar una nueva que se identificara conmigo en mi nueva edad, y ahora peinso que tendré que hacer crecer al la voz antigua, de modo que no será ni vieja ni nueva, sino otra. Te deseo (me deseo) suerte en la búsqueda.