EL MEMBRILLO
Es de color amarilo, como si llevase una túnica de narciso, y huele como el almizcle de penetrante aroma.
Tiene el perfume de la amada y su misma dureza de corazón, pero tiene el color del amante apasionado y macilento.
Su palidez es un préstamo de mi palidez; su olor, es el aliento de mi amiga.
Cuando se irguió fragante en la rama y las hojas le habían tejido mantos de brocado,
extendí mi mano suavemente para cogerlo y colocarlo como pebetero en el centro de mi sala.
Tenía un vestido de pelusa cenicienta que revoloteaba sobre su liso cuerpo de oro.
Y cuando quedó desnudo en mi mano, si más que su camisa color de narciso,
me hizo recordar a quien no puedo decir, y el ardor de mi aliento lo marchitó entre mis dedos.
Este poema lo tomé de una conferencia de Rafael Alberti sobre la lírica popular.
La próxima vez que vaya a utilizar membrillo como un insulto lo pensaré dos veces.