sábado, 18 de octubre de 2008

La familia


imagen de la red

Ese escalofrío que hace temblar un instante todo el cuerpo. Ese que te habla de la inminencia del enfrentamiento o de lo inevitable. Sí, mientras Concha Pérez Laínez subía hasta el cuarto C, se miró un momento en el espejo del ascensor y vio ese temblor descontrolado que acompaña al escalofrío.

No estoy preparada, pensó, aunque a decir verdad nunca había estado preparada. Conchita hija, le diría su madre y la mecha empezaría a arder.

Mientras salía del ascensor soltó todo el aire que tenía dentro para que la inspiración fuera profunda y llenarse de aire de nuevo, lo soltó despacio y volvio a respirar con normalidad al tiempo que tocaba el timbre.

Ya está aquí la tita Conchi, su hermana Laura había llegado antes. Dejó sus cosas, besó a la sobrina, al cuñado, le dijo hola a Tobi agarrándole de los carrillos y rascándole detrás de las orejas y se dirigió a la cocina para encontrarse con su madre, su hermana y los preparativos del almuerzo.

Agarró la olla de mejillones, empezó a ponerles encima la salsa rosa y a colocarlos en la bandeja. La conversación comenzó por la ropa de la niña y las calificaciones del colegio ¡Que dure! pensó Concha Pérez Laínez y le dió la impresión de escuchar como un eco repetido con la voz de su hermana y con la voz de su madre, que dure, que dure. La conversación derivó a la cosmética, media hora y bien, todo relajado. Su cuñado, desde el marco de la puerta de la cocina, con un quinto de cerveza en la mano dijo, abuela, vaya mierda de casco antiguo que no hay un puto aparcamiento, media hora para dejar el coche. Por qué no vas a jugar con la niña, dijo Laura. Está entretenida viendo la tele.

La verdad es que está fatal el aparcamiento en Cádiz, todo el mundo lo dice, dijo la abuela. Su cuñado atacó por sorpresa: ¿cuántos te faltan para los cuarenta, Conchita? Tan de sorpresa fue que no levantó el escudo. Dentro de cuatro meses cumplo treinta y nueve, listo, dijo sonriendo, la vieja es mi hermana que cumple cuarenta y tres. Le dió de lleno. No, digo para los cuarenta novios. La mecha de su hermana se encendió. Conchita hija, la suya también. Estaba harta, los ejercicios respiratorios no habían servido. Son muchos más de cuarenta, se defendió, los tíos son tan debiluchos que no me duran. Pues en mi barrio las chicas con tantos novios tienen un nombre.

Así que cuarenta minutos, era lo que había durado su paz interior en el interior de la paz familiar. Pues hoy no iba a llorar a las primeras de cambio. Hoy Concha Pérez Laínez iba a quemar las naves, estaba hasta, hasta... el coño.

Sí, dijo sonriendo, yo es que soy muy puta, si quieres, como eres el marido de mi hermana te la como gratis en el cuarto de baño.

Conchita por Dios, dijo la abuela, te mereces esa contestación por impertinente, dijo su hermana encendiendo la mecha del marido.

¿Ahora o después de comer? dijo su cuñado para molestar a Laura. Pero Concha Pérez Laínez no se echó atrás: ahora, así me quito el sabor del semen con la comida. ¿No quieres ver cómo tu marido te pone los cuernos con tu hermana? La abuela ya estaba llorando sentada en la mesa de la cocina y él por no dar su brazo a torcer fue al baño y Concha Pérez Laínez fue al baño y Laura muy crispada fue al baño.

Miró a su cuñado y vio la sombra de una duda en sus ojos. Tenía ventaja, se arrodillo ante él, bajó la cremallera y se la sacó. Él no habló, su mujer le miraba con los labios muy apretados. Vaya, si no se te pone dura. Hace años que no se le pone dura, dijo su hermana. Ahora comprendo por qué fue la polla de Alberto y no este colgajo el que enjendró a Laurita...

Todos comían con lágrimas en los ojos. Su madre había suspirado varias veces mientras comía la sopa. Incluso Laurita estaba callada, quizás intrigada por la nueva forma de mirarla de su padre. Tobi en su linea seguía de adorno sin un sólo gruñido.

Ya con el flan por delante, Concha Pérez Laínez preguntó ¿por qué tenemos que venir todos los domingos a meter los dedos en las heridas de los demás? Porque somos una familia Conchita hija, dijo su madre cerrando puertas a otras posibilidades.

Se despidieron con besos y ojos cansados de lágrimas hasta el domingo siguiente. Concha Pérez Laínez le dijo a su cuñado con tono maternal en un susurro mientras se despedían, no te preocupes por lo de la flacidez que se te pasará, y recordó haberlo dicho antes, al menos a un par de sus más de cuarenta novios.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo, que pasé años de mi vida estudiando psicologia, todavia no se por que cuernos las familias son así: meten el dedo en la herida, siempre. Y, no obstante, siguen juntas. Una neura colectiva? Un mal tipico, algo genetico?
Yo misma, muchas veces me sorprendo haciendo mal a quien amo, mucho más do que hago a quienes no me importan.
Misterios :(

Anónimo dijo...

Esto es de lo mejor que he leído en mucho tiempo, Gorrión.

Buf.

Mándalo para un corto.

Elemento dijo...

Bien por Concha Perez Lainez, y bien por ti.

Juanjo Merapalabra dijo...

Maray, nos educaron para que creamos que lo único que tenemos después de todo lo demás es la familia, y así nos va, jejeje.
Don Micro, muchas gracias, sobre todo viniendo el comentario de un lector tan voraz.
Elemento, gracias en nombre de los dos :)