miércoles, 17 de septiembre de 2008

Los nosotros

Michelle es ese tipo de personas que jamás abandona la adolescencia. Una adolescencia positiva y llena de energía que a veces uno dice pufff, porque es difícil convencerlo a uno hoy día para ir a las cinco de la mañana a mariscar cangrejos y pulpos a Caños, o para agarrar la bici un domingo por la mañana.

Michelle se echó novia y se casaron pronto. Ella es varios años mayor que él, se pusieron de acuerdo y tuvieron una hija. Michelle, no tenía un trabajo fijo y por ello ejercía de amo de casa sin mayores problemas que la carga de algunos miembros de su familia y la de algunos "amigos" a los que les parecía que eso de intercambiar papeles...

Tuvieron otro hijo y bien. Pero un día, mientras Michelle se dedicaba a las tareas del hogar y de cuidar al más pequeño pensó que no quería a sus hijos. Inmediatamente pensó que estaba mal pensado porque no está bien no querer a los hijos, pero realmente en su interior una voz decía que no quería. Pero tenía que quererlo y no quería y tenía que quererlo y no quería y teníaquequererloynoqueríayteníaquequererloynoquería....

Cuando su mujer llegó a casa todo era normal. El niño estaba durmiendo después de comer, la comida de ella y de Michelle estaba hecha lista para ser servida. Sin embargo, Michelle no estaba. Bueno, no estaba en el lugar que debía estar, que tampoco sé muy bien cuál es. Michelle estaba dentro de un armario llorando.

Aunque el psiquiatra le dijo que a veces uno desea tirar a sus hijos por la ventana, y que la diferencia está en hacerlo o no hacerlo, Michelle no superó aquel sentimiento de no querer y del deber de quererlos. Dicen que no segrega una sustancia que todos deberíamos segregar para pensar como se debe y no quedarnos pillados en las conversaciones con nosotros mismos.

Sigue siendo amo de casa y cuidando a la perfección a sus hijos, depende de las pastillas, claro. Y los días (o semanas) de bajón, se hace un hueco en el armario para llorar.

La última vez que hablé con él sobre su enfermedad me preguntó que si yo recordaba cómo era él antes, le dije que sí, era el adolescente entusiasmado, pues eso, me dijo, es difícil acostumbrarse a llevar una vida mediocre y aceptarla como señal de que uno está bien.


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