miércoles, 2 de abril de 2008

El pescador loco


El aire le hacía cada día más viejo, más arrugado. Los días le iban envolviendo poco a poco en una tela que le impedía moverse con facilidad y se iba ciñendo cada vez más, aunque muy lenta, a su cuerpo.

Sabía que cuanto más tiempo pasara, más encarcelado se sentiría. Ese paso lento, pero constante, implacable, rutinario, iría quemando sus vivencias para convertirlas en cenizas de recuerdo, y, finalmente, las cenizas se harían polvo unos días antes de quedarse sin tiempo: "la muerte simplemente será una vaga idea de haber vivido".

Mientras tanto, la red seguía ahí, la barca seguía ahí, su casa y sus amigos también seguían ahí. A todos les pasaba como a él, todos iban muriendo casi sin darse cuenta, pero lo aceptaban porque para poder vivir es necesario morir, aunque quizás ellos no pensaban las mismas cosas que él estaba pensando, y no tenían conciencia de lo que les estaba ocurriendo. Quizás ellos pensaban en otros asuntos cuando pescaban y estaban solos con la eternidad del mar y el aire y la vanalidad de él, de su barca, y de los peces que intentaba atrapar en sus moribundas redes, casi tan viejas como él.

3 comentarios:

Arwen dijo...

No es fácil reflejar la vejez de forma bella y tú lo has hecho.
Ma gustao.

Juanjo Merapalabra dijo...

Gracias, me alegro de que te gustara. Bienvenida al blog, y pásate cuando quieras. ;)

Anónimo dijo...

Que gusto llegar a descansar después de una sesión decuentos bien bonita y encontrarme reencontrarte, en esta vereda de palabras. Un abrazo enorme