viernes, 4 de abril de 2008

Mi amigo anónimo

Es primavera, intento sacarme una o dos funciones con un espectáculo para bares que tengo montado con Manolo. Tiene años, a pesar de ello sigue estando de actualidad, no sólo porque vamos cambiando los cuentos con la misma estructura sino porque el tema no deja de interesar, sobre todo en estas fechas, alguno ya lo conocerá: Cuentos calientes.

Este espectáculo tenía dentro un poema de los siglos de oro cuyo autor tuvo la decencia de no firmar. La única vez que me he quedado en blanco en un escenario fue recitando el soneto. Estaba en el bar en medio del segundo cuarteto (creo) cuando me perdí en unos enormes ojos verdes durante un instante, sólo el tiempo de hacer consciente el pensamiento de la belleza de la mirada o de los ojos mismos, no sé exactamente, y me quedé en blanco. Incapaz de recuperarme en la memoria exacta del poema tuve que disculparme delante de todo el público y decir que debido a circunstancias que reconocía pero no podía explicar en ese momento tenía que cambiar de historia, aunque no de tema.

Yo soy un narrador con relativa poca vergüenza, pero el tema que tocaba el poema hacía imposible una explicación romántica como la verdadera. He aquí el poema, y comprenderán por qué no podía decir lo de los ojos.

¿Qué quieres, señor? -Niña, oderte.
-Dígalo más cabalgado. -Cabalgarte.
-Dígalo a lo cortés. -Quiero gozarte.
-Dígamelo a lo bobo. -Merecerte.

-¡Malhaya quien lo pide de esa suerte,
y tu hayas bien, que sabes declararte!
Y luego ¿qué harás? -Arremangarte
y con la pija arrecha acometerte.

-Tu sí que gozarás mi paraíso.
-¿Qué paraíso? Yo tu coño quiero
para meterle dentro mi carajo.

-¡Qué rodado lo dices y que liso!
-Calla, mi vida, calla, que me muero
por culear teniéndote debajo.


Está sacado de un trabajo del semántico Miguel Casas sobre el eufemismo llamado La interdicción lingüística.

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