martes, 13 de mayo de 2008

LA MUERTE (I)


La primera vez que estuve en un festival de narración oral, Germán Argueta, narrador y antropólogo mexicano, me regaló una moneda mexicana de poco valor de transacción. Me contó que era hijo de chamana y que los chamanes daban esa moneda por dos razones: una era porque pensaban que te protegía, y otra era porque estaba en ella la diosa coyolchauqui, diosa de la muerte del panteón azteca.

Tener la muerte cerca te recuerda que ella está siempre ahí y que puedes morir en cualquier momento. Esto te puede liberar o te puede agarrotar, pero saber que está a tu espalda hará que estés menos preocupado por ella. Creo que fue más o menos esto lo que me dijo, él estaba mágico y yo también (ya saben, la magia del vino español) y fue en el año 92 del siglo pasado.

No tengo problema en considerar que tengo la muerte a la espalda siempre, uno mira por encima de su hombro y puede imaginar perfectamente esa sonrisa amarilla vestida de negro y plata (lo de la plata por la guadaña que digo yo que debía ser de plata), esperando a que le entre la prisa o le dé el antojo de llevarte. No tengo problema en poder creer que cada hijo de vecino o sobrino de cura tiene su propia muerte acompañándole, me cuesta creer más en el ángel de la guarda. Es más, si alguna vez me encuentran por la calle pídanme que les muestre mi muerte y les enseñaré la moneda que desde aquel día siempre llevo encima. Pero la verdad, la verdad es que en algunos momentos me siento más cerca de la muerte que en otros.


No es que en algunos momentos me importe menos morirme que en otros, que también, sino que las probabilidades son distintas. No es lo mismo caminar por la calle, con las mil muertes que a uno le pueden ocurrir, que caminar por un puente colgante a mucho vértigo del suelo, aunque sólo pude imaginarme una forma de morir cuando lo hice. En esas ocasiones, en que se cruzan seis carriles de autovía sin semáforo, cuando uno mira por encima del hombro la sonrisa de la muerte parece más de bromista y los aburridos ojos vacíos parece que están como disimulando. O será que ese día la muerte cambió de perfume y notamos más su presencia.

1 comentario:

LUCIA-M dijo...
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