sábado, 27 de junio de 2009

Casa de juegos

El jugador no quiere saber quién eres, quiere que juegues y que juegues bien. Te propone un juego sencillo, pares o nones, juegas tres veces y como tú sabes quien eres pierdes tres veces. El jugador se ríe de ti y empiezas a olvidarte de dónde venías, te dió coraje que te ganara y el jugador pone en tu mano tres chinos y te muestra los tres de la suya antes de llevar sus dos manos atrás. Ya estás algo más despabilado y cuando él te muestra una mano y tu le muestras otra tu pasado ha desaparecido y durante un instante todo desaparece para intentar ver en los ojos de jugador el número de chinos que tiene en la mano dos piensas tres dices y el jugador dice uno, te ganó otra vez y desapareciste, sólo queda el juego y el jugador te sonríe y tu le sonríes porque sabes que esta vez no te ganará fácilmente, cuatro, dos, ganaste. Ahora ya eres del jugador que te toma de la mano y te lleva a la sala de juegos.

Algunos han perdido parte de la ropa, otros están escondidos tras las cortinas o debajo de las mesas, otros te esquivan pasando como rayos a tu lado porque quien la lleva les persigue, otros están quietos como estatuas con ojos vigilantes para no llevarse la catea y señalar al que antes se mueva. Todos juegan, todos son jugadores, tu empiezas a volver en ti pero alguien te dice la carta más alta gana la que pierde paga una prenda, cuando alguien esté desnudo nos vestimos con las ropas del montón y jugamos a los médicos. Es ella, quieres que pierda, y casi sin fijarte en los otros y las otras que están alrededor de la baraja levantas para mostrar el siete de copas... Copas, no hay dinero de pormedio, sólo juegos, sólo el placer de jugar, y las copas, a medida que avanza la noche las botellas van llenándose de aire y los pensamientos se hacen espesos, lujuriosos, algunos van a jugar a los reservados, tal vez demasiado arriesgados los juegos, aunque las ruletas rusas no estén permitidas hay ciertas imitaciones eróticas que no se pueden jugar en público. De repente te das cuenta que ya no puedes seguir jugando, estás borracho. Ella te está mirando y no sabes si es una jugadora que trabaja allí o una jugadora que vino como tu a jugar, sólo conoces a quien te recibió como jugador, y aún así no puedes estar seguro de que no sea un cliente. Si los dos queréis jugar, qué más da, no se pierde dinero, sólo la conciencia de uno mismo y juegas y juegas y juegas, en equipo, en solitario, por parejas y finalmente duermes, despiertas y eres tu, camino a casa piensas que la semana que viene quizás vengas a jugar de nuevo para olvidarte así del juego de la vida.

3 comentarios:

Microalgo dijo...

Pero... pero... ¿Dónde se mete Usted los fines de semana?

No, no es una pregunta retórica.

¿DÓNDE ES ESO?

Juanjo Merapalabra dijo...

Algún día le llevaré si promete no dejarse vendar los ojos.

Microalgo dijo...

Lo que ocurre es que yo tengo muy mala suerte y lo mismo me ponen un rabo (con perdón). No quiero acabar gritando "¡Organización, organización!"